Juan 8 RVR1960
“Y Jesús se fue al monte de los Olivos. Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba. Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.”
Todos hemos pasado por situaciones realmente vergonzosas, desde una caída en la calle, hasta pasar una pena muy grande en frente de muchas personas, es algo realmente incómodo y en el momento pensamos que sería mejor que la tierra nos tragara, nos tapamos la cara para que no nos vean o tratamos de disimular, pero de todas maneras sentimos que queremos morir. Pensar en esto nos hace recodar cuán embarazoso puede resultar cuando nuestros errores y sus consecuencias muestran a las demás personas cómo somos en realidad. Cuando a una mujer la encontraron en el acto de adulterio, fue presentada ante Jesús quedando expuesta así su inmoralidad, y la multitud que la observaba hizo algo más que observar: Pidió que fuera condenada. Sin embargo, Jesús tuvo misericordia. Él era el único que tenía derecho a juzgar el pecado de la mujer y respondió mostrando compasión por ella. Después de que sus acusadores se fueron, “Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.”. Con estas palabras podemos ver reflejada claramente la gracia perdonadora de nuestro Señor, y la orden que le dio a la mujer enfatiza su gran deseo de que nosotros vivamos disfrutando de esa gracia. La compasión y la gracia de Dios nos muestran la profundidad del interés de Cristo por nosotros cuando nos equivocamos y caemos. En los peores momentos, aún en los más embarazosos, podemos clamar a El y hallar que su gracia es verdaderamente asombrosa. Nunca dejemos de buscarle, no dejemos que nuestra vergüenza sea mayor que el deseo de arreglar nuestro error, y qué mejor manera de hacerlo que dejando nuestra carga en El.
Alexandra Villamarin – Ministerio Juvenil Agua De Vida