Una vez un hombre le dijo a Dios
-¡Señor!, ¡Enséñame cómo ser un hombre fuerte!
Entonces Dios le puso una piedra gigante en su camino y le dijo:
-Está bien. Empuja la piedra
El hombre, muy entusiasmado, comenzó a empujar la piedra
Trató y trató día y noche de moverla sin conseguir siquiera avanzar un centímetro. Cada empujón solamente lo desgastaba un poco más
Intentó todas las formas de hacerlo, hasta que un día su cuerpo, rendido y agotado, cayó.
Cuando finalmente se dio por vencido volvió a hablar a Dios -Señor, es imposible que mueva yo la piedra si quiera unos milímetros, cómo pues la moveré lo necesario para ser alguien fuerte?
A lo que Dios le respondió:
Nunca dije que la movieras, te dije “empuja”
Todos hemos atravesado situaciones por las que hemos sido acabados por el dolor, el estrés, el miedo, la angustia. El corazón del hombre de por sí no es lo suficientemente fuerte para soportar una serie de crisis en su vida, por lo tanto, no es difícil que ese tipo de situaciones lo hagan agotarse. Cristianos y no cristianos debemos pasar por ese tipo de circunstancias, pues son simplemente parte de la vida. La única diferencia es si decidimos pasarlas con la ayuda de Dios o sin ella, eso determinará el resultado que obtengamos.
Por esa razón, como creyentes, pedimos a Dios que haga nuestro corazón conforme al suyo, sin pensar en las consecuencias que esto acarrea. En el momento pensamos únicamente en la necesidad y el afán que tenemos por salir de esa situación, pero a veces olvidamos que Dios tiene sus métodos, y que su deseo siempre será ver hijos en los cuales encuentre obediencia y amor incondicional por Él. Entonces comienza el proceso.
De repente, empiezan a aparecer piedras grandes en nuestro camino, de parte de Dios, para cumplir ese propósito. No el de sacarnos de ese problema, sino de transformarnos a su imagen. De pronto vienen: Pérdida de trabajo, familiares, amigos, escasez, puertas cerradas, etc. Un sinfín de cosas que hacen tambalear al corazón débil y cansar el cuerpo físicamente. Nadie puede negar que los problemas traigan tristeza. Nadie puede decir que pasó una crisis sin siquiera derramar una gota de sudor o al menos una lágrima. Incluso aquellos aferrados a Dios son capaces de sentir un muro cayendo sobre sus hombros cuando su hogar se destruyó o los latigazos detrás de un fracaso. Ningún ser humano puede asegurar que el día de la muerte de un familiar cercano rio de alegría, que cuando perdió su trabajo se llenó de una inmensa felicidad, sabiendo que era la única manera en que podía dar de comer a su familia o que el día que se enteró de su enfermedad terminal hizo una fiesta.
Como dije anteriormente, el corazón del hombre es incapaz de soportar tanto dolor por sí mismo. Cada uno de nosotros ha pasado por el que podríamos considerar “el momento más difícil de nuestra vida” o incluso, podríamos estar cruzando el desierto ahora mismo. Y que nuestro cuerpo no pueda aguantar eso es completamente normal y entendible.
Incluso Asaf, un hombre consagrado fielmente a Dios, con visión espiritual, director del coro del templo durante el reinado de David, de la tribu de Leví, al que se le otorga la autoría de 13 salmos y profeta, pasó también por un momento en su vida en el que estuvo a punto de caer en el abismo. Su falta de atención lo llevó a quitar su mirada de Dios y fijarla en el mundo, a tal punto que anhelaba más la vida de los que estaban alejados de Dios que la que él tenía. Cuando se dio cuenta de su error, reconoció lo triste y amargado que estaba su corazón mientras envidiaba las condiciones de los que viven en el mundo. Entonces escribió:
Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu,
Pero Dios fortalece mi corazón;
Él es mi herencia eterna.
Salmos 73:26
Puede fallarme la salud y debilitarse mi espíritu,
Pero Dios sigue siendo la fuerza de mi corazón;
Él es mío para siempre.
Salmos 73:26 NTV
Hasta un hombre como él, que estaba tan cerca a Dios, pasó por un desierto que secó su alma y dejó su cuerpo agotado. Pero Dios, en su misericordia e infinito amor, le ofreció un oasis. Le dio la oportunidad de tomar la decisión correcta para salir de ese lugar en el que se había metido y de recobrar las fuerzas que había malgastado. El hombre del que hablaba al comenzar este artículo hablaba con Dios, se puede decir que estaba con Él, pero no sabía escuchar atentamente. Aun cuando pudo haber tenido toda la intención de obedecer, su falta atención le impidió hacer lo correcto.
Muchas veces somos como aquel hombre de la piedra, tenemos la solución frente a nosotros pero no queremos hacerlo de esa forma y por esa razón resultamos agotados, para luego notar que por ahí no era y que Dios sí tenía razón.
Lo que marca la diferencia entre justos e impíos, es que los primeros tienen la posibilidad de luchar acompañados, retomar el camino correcto y renovar fuerzas. Ellos han encontrado a Aquel que los llena de valor para pasar esa piedra que no los deja avanzar y, sobre todo, que les ha dado la paz para poner toda su confianza en Él. No dependen de su fuerza física ni de su inteligencia, sino del poder de Dios y su sabiduría.
No permitas que tu cuerpo y espíritu tengan que ser debilitados por malas decisiones para así acudir a Dios, ni te desvíes del camino por una piedra que te quite de vista el objetivo. Nunca olvides que todo es parte del proceso de Dios, incluso el camino por el que te lleven tus acciones sin consultar su voluntad, vuelve a conducir al camino de Dios, todo depende de lo que decidas hacer, pero mi deseo es que cada día puedas, como el salmista, decir: “Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi corazón;” Salmos 73:26. Que sea Dios la fuerza de tu corazón, pues el secreto de una salida victoriosa es la dependencia total en Él y su propósito.
ALEXANDRA VILLAMARÍN
Ministerio Agua de Vida